
Ella le guió a través de su cuerpo con delicadeza como si temiera que algo fuera a romperse dentro de él en cualquier momento, como si de una travesía en barco se tratara. Y así era porque el pánico y el placer batallaban en su mente. Cada roce de sus cuerpos, cada beso le provocaba un escalofrío mezcla amarga de miedo y éxtasis. A la mañana siguiente cuando ella despertó sintió un escalofrío. Junto a ella yacía él, inundado por la luz del amanecer. Esa luz que avecinaba un verano eterno.
1 comentario:
¡Qué presagio tan magnífico del verano!
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