Cuanto
tengo tiempo libre lo primero que hago es pensar en un lugar donde viajar. Una
ciudad que descubrir y pasear, donde comer y beber, comprar y visitar. Me
gustan las ciudades grandes y sueño con ellas, así mantengo la esperanza de que
algún día viviré en una. Grande-Grande, no como Sevilla o Granada, la cual por
cierto no conozco y de la que tan bien me hablan siempre. Grande como Londres
para descubrir cada fin de semana un nuevo mercadillo, comprar ropa de segunda
mano y tener las grandes catedrales a la mano. La religiosa, la del fútbol la
de la música, la underground. Una ciudad grande como Madrid, y de Madrid quiero
conocer bares, repetir los que probé y volver con amigos, visitar azoteas o
fotografiar los tejados de la capital, perderme en las avenidas bulliciosas y
encontrarme en los callejones solitarios. A Río de Janeiro quiero volver con
calor, con las playas repletas y los daiquiris baratos, subir al Corcovado y
que las nubes esta vez me dejen ver la ciudad, encandilarme con los colores de
las favelas y la suavidad de la arena. Roma y sus ruidos, Roma la vieja, Roma
la que no envejece, Roma la eterna. Aquí es fácil decidir, en Roma quiero
restaurantes, quiero pasta, quiero terrazas y sol de Mediterráneo, quiero
calles en penumbra, bullicio mañanero y quiero una italiana. En París enamorarme. Descubrir acordeones por los cafés, la música francesa por las
aceras, las orillas y puentes del Sena, descubrir un museo al mes, conocer
buhardillas por las noches. La boheme.
20 febrero, 2013
06 febrero, 2013
nuestros cuerpos y la lluvia
El recuerdo de
tu cuerpo con el mío, del momento en que, compartiendo el mismo cigarrillo, me
sacaste la ropa. Teníamos aquella copa de vino en nuestras manos, la lluvia
acompañaba perfectamente a la situación, solo los relámpagos iluminaban la
habitación cada tanto y me permitían observarte más. Las yemas de tus dedos
nunca se sintieron tan bien en mi cuerpo y tu respiración acelerada era música
para mis oídos. De como, de repente, nuestros cuerpos comenzaron a
entrelazarse y se volvían uno, tus mordidas en mi oreja y mi risa traviesa, de
como por un segundo creí que podía abandonar mi cuerpo y ser parte del tuyo
para siempre. Una metamorfosis que nunca se completaba, que siempre acababa con
lo mismo, yo en el mío y tú en el tuyo, mi alma me pedía cada vez más que me
alejara de mi cuerpo y que me adueñe del tuyo de una vez por todas. Odio mi
facilidad para recordar todos los detalles. Mis ganas de escribir se van
desvaneciendo lentamente, nada vuelve a su lugar, todo está siendo alterado. No
tengo favoritismo, no tengo razones para hacer lo que hago, pero lo hago y lo
volvería a hacer. Lo único que me inspira a despertar, abrir los ojos y salir
de mi mismo son los recuerdos.
Él antes se llamaba Verónica Sánchez y si especialidad era servir whiskys dobles en un garito muy
apartado y poco higiénico que hay en la carretera de Andalucía kilómetro 375
que se llama “Los Ángeles de Charlie”. Un día fumando un Marboro, abandonado por alguno de los pocos clientes de los que tenía, y leyendo un
cuento de Kafka, escuchó una canción y tuvo una revelación que le cambio su
vida. Desde entonces me persigue para matarme. Lejos de conseguirlo logramos
ser grandes amigos.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)