Me gusta mirar a través de la ventana del tren
mientras suena mi música como si todo lo que veo y escucho formara parte de la
banda sonora de mi vida. Me gusta cuando no lo espero y recibo un mensaje con
tu nombre en mi teléfono. Me gusta tocar todo tipo de superficies cuando camino
por la calle o palpar cada pliegue de una escultura en un museo. Me gusta coger
con mis dedos la lengua de los animales. Me gusta la inteligencia en las
mujeres y que a veces lo pongan difícil, sin pasarse. Me gusta que me hagan
reír con cualquier tipo de tonterías. Me gusta el arte en cualquier tipo de
expresión. Me gusta tumbarme en la cama o el sofá con alguien y hablar hasta
caer rendidos hasta tarde. Me gusta tumbarme en la cama o el sofá contigo y
hablar y follar y amar hasta caer rendidos hasta tarde. Me gusta pasear por mi
ciudad y tomar notas en un cuaderno. Me gusta hablar contigo aunque a veces no
lo parezca. Me gusta salir de marcha y volver sólo a casa. Me gusta pensar que
pienso en cosas en las que los demás no piensan. Me gustan las mujeres y entre
todas ellas, tú. Voy cogiendo el gusto por hacer deporte y me gusta hacer
deporte mental. Me gusta pasar desapercibido, no llamar demasiado la atención.
13 mayo, 2014
05 mayo, 2014
hasta que comienza la acción
Al principio
estás ahí. Sin hacer nada. Torpe. Sin apenas controlar tus movimientos por los
nervios que te recorren el cuerpo y se manifiestan en los labios con una
sonrisa boba. Con una frase a destiempo. ¡Maldita sea! Nunca habíamos
necesitado manual de instrucciones para estas cosas. ¿Qué pasa? En el cine no
parece tan difícil. Venga, relájate. Te tocas la nuca, el pelo, te ríes otra
vez. ¿Pero qué tiene tanta gracia? ¿Eres tonto o qué? Ojalá la luz no
fuera tan fuerte. Desapareciendo en la oscuridad todo resulta más sencillo.
“Bueno, voy a decir algo”, te repites a ti mismo. Y os interrumpís. Os
atropelláis. Os calláis ¿Cómo se supone que se rompe el hielo en estos casos?
Se termina con otra sonrisa. ¿No se van a acabar nunca? Sujetas tus manos. ¡Eh!
No cruces los brazos, se va a pensar que la rechazas. Los cruzas detrás. Mejor.
Prefieres mantenerlos entrelazados por donde puedan ir a parar esos movimientos
aturdidos que escapan a tu gestualidad cotidiana. Agachas la mirada. La
vuelves a subir. ¿Habrá desaparecido? Ves un reflejo de tus acciones pero
en alguien que no eres tú. Pelo. Nuca. Manos en los bolsillos. No hay
contacto. Ahora entiendes la pared invisible en la que están atrapados
los mimos. Es real. Un pregunta tonta para acabar con ella. Risa y una mano cae
sobre el cuerpo del otro. Tímida. Dubitativa. Eléctrica.
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