05 mayo, 2014

hasta que comienza la acción

Al principio estás ahí. Sin hacer nada. Torpe. Sin apenas controlar tus movimientos por los nervios que te recorren el cuerpo y se manifiestan en los labios con una sonrisa boba. Con una frase a destiempo. ¡Maldita sea! Nunca habíamos necesitado manual de instrucciones para estas cosas. ¿Qué pasa? En el cine no parece tan difícil. Venga, relájate. Te tocas la nuca, el pelo, te ríes otra vez. ¿Pero qué tiene tanta gracia? ¿Eres tonto o qué? Ojalá la luz no fuera tan fuerte. Desapareciendo en la oscuridad todo resulta más sencillo. “Bueno, voy a decir algo”, te repites a ti mismo. Y os interrumpís. Os atropelláis. Os calláis ¿Cómo se supone que se rompe el hielo en estos casos? Se termina con otra sonrisa. ¿No se van a acabar nunca? Sujetas tus manos. ¡Eh! No cruces los brazos, se va a pensar que la rechazas. Los cruzas detrás. Mejor. Prefieres mantenerlos entrelazados por donde puedan ir a parar esos movimientos aturdidos que escapan a tu gestualidad cotidiana. Agachas la mirada. La vuelves a subir. ¿Habrá desaparecido? Ves un reflejo de tus acciones pero en alguien que no eres tú. Pelo. Nuca. Manos en los bolsillos. No hay contacto.  Ahora entiendes la pared invisible en la que están atrapados los mimos. Es real. Un pregunta tonta para acabar con ella. Risa y una mano cae sobre el cuerpo del otro. Tímida. Dubitativa. Eléctrica.
La retiras. ¿Pero qué…? Se ha abierto la veda. Un paso. Otro. El silencio se escucha cortado por la respiración, que se hace presente. La tuya, la del otro. La del otro, en ti y la tuya, en el otro. Las manos se rozan. Pero no se cogen. Vuelven. Y se rozan. Te ahogas. Cogen el meñique. Anular, corazón… Y el otro corazón latiendo a punto de estallar, pero no quieres que pare. Ya no hacen falta instrucciones porque es el instinto el que maneja la situación al compás de los escalofríos. Sabe qué hacer, cómo moverse, dónde morder y por dónde pasar. Conoce perfectamente cómo bajar la luz y hacer desaparecer el espacio. Sabe en qué momento atraer el otro cuerpo hacia el tuyo y en qué momento relajarse. Tensar y aflojar. Cuándo arquear la espalda para sentiros más cerca. Eso que dicen de ser uno. Y todo unido por un punto en el que la sangre fluye dejando el resto de los sentidos anémicos, desfallecidos, en un segundo plano. Los labios. Todo estaba ahí. 10 segundos que parecen uno. Y así es como más o menos se nos ve desde fuera, vulnerables y con cara de bobos hasta que comienza la acción.

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