A veces soy insaciable, no puedo contar las horas que me he tirado mirando
al techo, trazando galaxias, planeando en una avioneta mental, diseñando planes
durante el día, soñando despierto. Poniendo el pie en el suelo para que todo
dejase de dar vueltas, aun sabiendo que te creas antipatía y que no vas a
cambiar. Cuando te odias no te evitas, te sueltas a la cara tu propia realidad.
Como si vivieras por inercia. Nada más te puede pasar. Vives en tu propia
cárcel emocional, tienes las ventanas abiertas y vistas al mar, pero estas
rodeado de una niebla espesa que no te deja avanzar. Y lo que más me jode, que
nadie vaya a entender lo bien que me siento escribiendo sobre como estoy. Que
me pueda atraer tanto expulsar mis demonios, autoconfesarme. Mirarme a mi
propio espejo, mi alma. Como si estuviese masturbándome pensando en mi mismo
masturbándome. Escribo esto, y estoy difuso, quería escribir una carta a la amistad,
de recorrer Madrid, de unas parejas agarradas, del orgasmo, del beso de despedida
de una madre, la soledad y la falsedad, recordar aquellas intensas horas que me
habías regalado... Y en cambio, he acabado firmando lo que parece una carta de
suicidio, en mi defensa alegare que no tengo un corazón autodestructivo, que a
veces hasta sudo positividad, solo tengo heridas que merecen sanar, y antes de
poder cantarle a los rayos de sol debo entonar estas letras a la luna.
24 agosto, 2012
17 agosto, 2012
soy un poco rato, si..
Soy un poco raro. Y cuando digo raro, no me refiero
a que tenga amigos imaginarios, ni a que esconda cadáveres de enemigos en el
trastero de mi casa, ni que dedique mi tiempo libre a ejercer como
taxidermista. No, hablo de otra cosa. Intentaré explicarme. Piensen en un pintor e imagínense
al artista en pleno ataque obsesivo con la pintura cubista y todo lo que
tuviera que ver con ella. O en Bob Dylan, cuando de repente le pegó muy fuerte
con la música religiosa. O en Woody Allen, al que un día le dio por desayunar una
cosa, y lleva comiendo lo mismo, cada día, durante veintitantos años. Pues yo
soy igual. Igual de obsesivo y, sobre todo, por etapas. Pero sin una gota de
talento en ningún apartado de mi vida, tono muy útil para distinguir a los
verdaderos genios de los meramente locos y dignos de ser encerrados en una
habitación acolchada. Yo, por si había alguna duda, pertenezco al segundo
grupo. Les cuento esto porque para mí es un ejercicio liberador poder compartir
en este blog mis pasiones-obsesiones con ustedes cuando me
da muy fuerte con algún tema (lo que suele ocurrir con relativa
frecuencia). Además, así les doy un descanso a mis familiares y amigos,
sufridores en soledad de mis ataques pasionales por
vayan-usted-a-saber-ahora-con-qué-le-ha-dado-a-este-loco. Una canción, una
serie que beber temporada tras temporada sin sentido, Apalabrados, versiones de
Somewhere over the rainbow, Esquire,…
Afortunadamente, soy tan apasionado como inconsistente, por lo que esta
repentina fiebre por ciertos temas se me pasa rápidamente. Pero, mientras
tanto, me lo paso genial.
07 agosto, 2012
conocerlas como mujeres
Siempre
he pensado que me gustaría imaginar que las ciudades son mujeres, así de algún modos poder pasearlas, conocerlas, habitarlas... París es esa señora distinguida con un nivel de vida
demasiado alto y que siempre acaba con fulano o mengano pero con un
Aston Martin. Roma es
tan loca, campechana y desordenada como galana, misteriosa y repleta de lugares
por descubrir. Lisboa es
esa chiquilla que te enamora porque sí. Madrid es la vecina bulliciosa, entretenida y siempre con
ganas de jarana. Nueva York es
un ciclón de 18 años y largas piernas con la que no duras más de 6 meses, pero
oye, qué 6 meses. Londres es moderna y conservadora, es humilde y sublime, es la chica progre que le gusta rodearse de todos.
Y
tú, mi ciudad, siempre
acabo regresando a tu lado. Tarde o temprano. Como el que manda un whatsapp a
las 5 de la mañana. Me diste tu veneno de salitre y no
importa dónde esté que siempre vuelvo como un boomerang mientras el cielo cae
sobre nuestras cabezas y alguien nos pinta con su pincel desde algún lado. Y
siempre acabo volviendo a mi cuarto, donde suena todo trapo alguna canción
en un disco variado entremezclado con los graznidos de alguna gaviota
despistada mientras la literatura infantil vigilan mis sueños.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)