Ella era difícil de
describir, de esas personas que no pasan por tu vida de forma desapercibida.
Era la calma y el frenesí a la vez, tenía ganas de todo, de vivir y exprimir
cada uno de los minutos de su tiempo, a los que se aferraba con fuerza entre
canciones y cigarros. Solía escuchar a The Beatles, pero el inglés no era su
fuerte, así que se limitaba a tararear Twist and Shout. Discutíamos porque
yo aseguraba que la versión original era mil veces mejor. A veces incluso
jugaba a inventarse la letra haciendo uso de su penosa pronunciación. Había
muchas cosas que me gustaban de ella. Esa era una de entre tantas, proyectaba
confianza y aprendió a reírse de su propia sombra.
Le gustaba conocer
lugares nuevos y tenía la costumbre de no repetir en el mismo restaurante dos
veces. Lo mismo le pasaba con las películas, su favorita era “Amelie” y apenas
la había visto dos veces. Se excusaba en que no tenía sentido perder su tiempo
en algo que ya conocía pudiendo explorar cosas nuevas. Esa frase la
definía muy bien.