14 septiembre, 2009

lo que esconde una mirada


El otoño se había anticipado unos días, poniendo así un broche frío, o mas bien húmedo a un largo y caluroso verano, tan típico aquí en mi casa. Brotaban aun los naranjos verdes, aunque sin perfume alguno ya, la solitaria avenida que veía desde mi casa. Curioso que lo llame casa, ahora que ya no vivo en ella. Aquella mañana, la brisa atlántica había traído el dulce aroma de la sal hasta el mismo alfeizar de mi ventana como si hubiera querido remover los recuerdos que me unen a mi tierra. Esa mañana no habíamos salido a pasear por la avenida como solíamos hacer cuando ella venía a visitarme. Kris acababa de llegar de Berlín a donde había viajado a ver a su madre por unos días de permiso. Llevaba observándole todo el día. Estaba cariñosa y mimosa como siempre, pero más silenciosa de lo que era habitual en ella. No le pregunté nada, pues de sobra sabía que en asuntos de familia era muda como una pared de hormigón armado. Su frialdad alemana no le permitía tener el más mínimo desliz. Un misticismo peculiar y una mirada inalterable me tenían sumido en un confuso estado de inquietud. Le había sorprendido, en varios ocasiones, contemplándome de un modo desconocido.
Pocos días después reuní el valor para preguntarle a que venia todo aquello, que pasaba entre nosotros…la respuesta nunca se la he dicho a nadie. Kristel se fue y aun hoy, tres años despues, no se nada de ella.

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