10 noviembre, 2013

Era magia

Ella era magia. Era como ir de putas y encontrarte a Julia Roberts. Bastante exagerada y bastante bipolar. El negro le favorecía la cara. No acababa nunca de crecer y abría sus piernas a los extraños. Seguía siendo una adolescente por más años que cumpliese. Era adicta a la adrenalina. Se emborracha con facilidad y siempre encontraba un bar abierto. Coleccionaba botellas de vino. Le abría los brazos a cualquiera. Bailaba lento, siempre lento. Nació para tirar piedras a los tejados. En ocasiones necesitaba serse infiel para descansar de su propia realidad. Caótica, cercana y orgullosa. Creo que ni ella misma se entendía. Tenía el alma cargada con 10 balas. Mis amigas decían que se parecía algo a Andie MacDowell pero nunca fue tan dulce. Ella regalaba su piel aun teniendo el alma anestesiada. Se había convertido en todo lo opuesto a lo que le habían enseñado de pequeña. Yo le preguntaba que le pasaba, pero ella callaba, callaba, y  callaba, siempre callaba cuando estaba extraña, y en ese castillo no podías más entrar, hasta que ella decidía abrirte las puertas. Una vez escuché que para tener una relación tienen que estar los dos a la misma altura y ella era fan de las caídas libres.


La última noche juntos ella me dijo completamente en serio que, aunque no lo pareciera, era muy romántica, pero no romántica de Danielle Steel, ni erótico romántica de esas tontas que leen 50 sombras de Grey, sino más bien romántica como Rubén Darío, romántica de Billie Hollyday, de Edith Piaf, de Chávela Vargas, de esa clase de persona que entiende el romanticismo de circo, del funambulismo, de la historia de amor entre el lanzador de cuchillos y la mujer diana, entre el malabarista y el trapecista, el amor imposible entre la mujer barbuda y el hombre bala, entre la mujer forzuda y el payaso enano. Un amor de película de cine mudo. Sólo el amor imposible o no correspondido es auténticamente romántico, dijo, el resto tan sólo es el preludio del mayor de los bostezos. No supe que responderle, siempre me había pillado fuera de juego. El resto de la noche se convirtió en una secuencia de imágenes iluminadas en mi cabeza, risas, gemidos, sonidos entrecortados, y de semen entre sus tetas. Al día siguiente, por la tarde, salimos del hotel completamente destruidos. Nos fuimos a la estación y ella rompió a llorar en la despedida.

Hace tiempo perdí la pista de ella. No sé donde andará. Quizás en brazos de un poderoso, siempre fantaseó con ser una mujer protegida poniendo precio a sus bondades, o quizás dormirá sola por las noches arrepintiéndose de mercadear con hombres en las barras de los bares dos noches en semana.

Somos arrastrados por la vorágine del tiempo sin ninguna recompensa final, sin ningún sentido. Y al terminar, sólo queda nuestro punto de vista. Luego, ni eso. A veces nos miramos, los unos a los otros, pero sólo nos imaginamos. Realmente no nos vemos, porque tenemos el don, o la condena, de la invisibilidad. En ocasiones, incluso nos cruzamos, nos tocamos, nos degustamos, nos sentimos, pero poco más. Que te partan el alma es algo bueno. Nadie debería morir con el alma entera. 

1 comentario:

Sergio dijo...

Esos amores que son como un huracán interno son los que nos enseñan a vivir.
Como siempre, un gusto leerte.