26 marzo, 2010

reciprocidad

Se dio cuenta de que se había destrozado la espalda y que una punzada en la parte de atrás del cráneo le advertía de un golpe contra el armado del sofa, y que tenía la boca hinchada como una herida abierta, y los pezones violáceos, casi en carne viva, y que sobre el vientre liso, bajo el escaso negro vello, le quemaban las marcas mellizas de sus uñas, y que abajo donde empiezan las saladas sombras, sus rozados muslos le escocían, le escocía dulcemente. Un dolor ambiguo le escocía también entre las nalgas, pero lo que de verdad le molestaba era tener que procurar ahora que él sintiera el mismo placer, y todo no habia hecho mas que comenzar...

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