Le encanta el baile de sus caderas cuando camina, la firmeza
del sonido de sus pies al pasar a mi lado y ese aroma que penetra directo a
la parte derecha de mi cerebro completando el puzzle del deseo. Deseo que se
aviva cuando la observo semidesnuda descender los peldaños suavemente y
sumergir su belleza. Como una grácil sirena danza con el agua que nos mantiene
en contacto, siento un cálido burbujeo entre las ingles que se transforma en hervor
cuando se acerca y escucho su respiración entrecortada, cuando veo su largo
pelo enredado en su rostro mojado. Las imágenes, los sucesos, transcurren como
si de flashes se tratasen. Mis ojos clavados en el trozo de cuerpo que el agua
me deja ver. Su vista viajando consciente de mis labios a mis brazos, a la vez
que intenta descubrir mi abultada entrepierna. Chispas en el denso soplo,
vicioso, atando nuestros cuerpos. Nerviosa mi mano posada con tiento en la piel
de su muslo, subiendo despacio y arrastrando la tela que estorba. Dedos
calientes, gruesos, siniestramente lentos llegando hasta su centro. Mi boca
voraz se arroja y precipita en caída libre hasta impactar contra su pecho
mientras me la acerco con la mano derecha. Muerdo el lunar de su escote. El
pecho derecho sale a flote y se muestra delicioso. Un pezón turgente y rosado
es atrapado por mis rápidos labios. Mientras sus dientes torturan todo cuanto
pillan. Separo sus piernas con la rodilla. Impulsivo. Obediente. Suspira.
Quiere. Gimo. Jadea.
– Que toque tan perfecto, susurra notando las yemas de mis
dedos palpar con acierto el punto correcto. Reclino la cabeza y gruñe ahora en
mi oído, mordiendo mientras el blando lóbulo encendido. Más fuerte. Más rápido.
Profundos latidos. Oleaje en la mar. Agarrotados gemidos. Grita. Grito. ¡Grita!
¡Grita! Quiere. Gimo. Jadea.
Y ahí
es donde realmente empieza todo; todo lo que queda por venir, porque con él
siempre es una sorpresa. Pensar que voy a explotar en cualquier momento, que no
puedes controlar el ritmo de tu corazón, que todo lo que hay alrededor, el
mundo, no importa en ese momento; lo único importante es averiguar que viene
después, y siempre hay algo más que descubrir. Ya hace tiempo que he perdido la
razón y solo lo quiero a él. Me tiene inmóvil entre sus piernas y su forma de
cogerme el pelo me vuelve loca. No ha dejado de besarme a la vez que desliza
sus dedos mojados por mi pecho, sumergiéndolos dentro del agua para luego,
introducirlos en un lugar menos frío. Pero, ¿qué demonios? - Deja de jugar
conmigo y fóllame, le susurro al oído. Y lo hace, lo hace tan suave hasta que
noto mi espalda con la pared de la piscina y todo cambia: me mira con ojos
libidinosos (por favor!, es el hombre más sexy que he conocido!) y empieza a
moverse cada vez más y más rápido. - Dímelo, me susurra entre gemidos, pero ya
casi no me queda aliento y cada segundo que pasa me contraigo aún más y justo
cuando necesito dejarme, se detiene. Lo miro reflejando toda mi rabia y me
sonríe. Me abraza con fuerza y, me saca del agua, hace que me sujete con mis
piernas a su cintura y me lleva a la habitación. Me tumba sobre la cama y
estamos mojados, empapados el uno del otro. Cuando quiero darme cuenta, tengo
los ojos tapados y me sujeta los brazos con sus grandes y suaves manos. De
repente, algo me hace un leve cosquilleo por mis piernas pero no logro adivinar
de qué se trata; al momento, él vuelve a estar dentro de mí. No sé si es por la
incertidumbre de no ver, o este juego, pero ya ninguno podemos parar hasta
liberarnos. Entonces caemos el uno al lado del otro para volver al mundo, para
volver a sentir esa tristeza que me recorre cada vez que termina nuestro
encuentro.
Me quito la goma lanzándola a lo que creo es una
papelera aunque también podría ser un paragüero. Sin preguntarle si le apetece
otra copa me levanto de la cama y me dirijo de vuelta a la piscina. Es la casa
que siempre soñé, un dormitorio con grandes ventanales a una imponente piscina
verde ahora ya iluminada. Recojo la botella y las copas y vuelvo directo a la
cama, ahora convertida en campo de batalla. Una propuesta, que, tal vez,
se nos vuelve a ir un poco de las manos. Durante el tiempo que tarda en
acabarse la botella nos reponemos de lo que hemos vivido. Fue bebernos la
últimas gotas de champan y saber con solo mirarnos lo que ahora vendría, dejar
todo en el suelo y abalanzarnos sobre nosotros, sin mediar palabra. Empecé a
retirarle la sabana blanca que enmarcaba sus pechos, descubriendo ahora bien
todo lo que el aguan antes no me dejaba. Enseguida, cuando empezó a tocar, me
encontró mi ya nada sutil, apuntando maneras, lanza en mano. Comencé a chuparle,
a estrujarla, a comerla entera, esta vez no sabía a cloro, mientras ella refregaba
cierta zona ya nombrada. Las botellas que nos había bebido hacían su efecto,
mientras íbamos ocupando toda la cama por extensa que fuese. Se sentó a
horcajadas sobre mí y recorrió mi barba con sus besos, devoró mi cuello bajando
por el pecho para detenerse en mi cuerpo desnudo envuelto en sabanas blancas y
cubierto por su cuerpo. Mi boca se enredaba en la suya pidiéndome más. Oía su
respiración acelerada junto a mí. Mis dedos se entrelazaban en su cabello. Con cuidado.
Sentía el ruido de la cascada de la piscina, como música de ambiente de esta escena
que protagonizábamos. Sus caricias son culpables de que estuviera a punto de
llegar a la locura. Sentía su calor en esa habitación fría. Me envolvía. Se
acercaba despacito, su boca con la mía sacándome el aliento. Nuestras lenguas
se encontraban en un desesperado intento de arrancarme el alma. Enredaba sus
piernas en mi cintura para que, por lo menos, esa noche no me fuera de ella.
Observando cómo subía sus piernas mientras gemía entre locura y desesperación. Dos
corazones arrítmicos y depravados. Yo llegaba hasta el final de su ser, para
retroceder y empezar otra vez, una y otra vez. Ella movía sus caderas a un
ritmo enloquecedor, y con sus uñas rasgaba mi espalda en cada impulso de
placer. Lame mi oreja y me hace temblar, un hombre como yo doblegado ante la
pasión más mortal, más duradera. Grita como los más bellos animales y suena
como el ruido más erótico y perfecto del mundo que pudiera salir de los labios
de una mujer. Mientras la cabalgata de envestidas y gemidos sigue incesante,
transportándonos a un lugar de placer durante horas.
Creía haber cerrado los ojos un par de segundos, aunque es
evidente haber sido más tiempo. La habitación es la misma aunque ahora soy
capaz de distinguir con más seguridad que se trata de mi dormitorio. Estoy solo
en la cama y solo escucho lo que parece el agua de mi ducha…
¿Seguirá
dormido? Nada me enternece más que su cara de niño indefenso cuando duerme;
quién podría decir que hace solo una hora lo tenía encima como si de una fiera
se tratase. Caigo en la cuenta de que sigo en su ducha cuando el agua sale
demasiado caliente, pero creo que yo sigo de la misma temperatura que ese
chorro que me cae por mi pelo y se me ocurren cosas mejores que hacer allí
dentro que una ducha. De repente, suena "Ángeles" de Marwan y oigo
unos pasos; siempre sabe como sorprenderme. Y entonces aparece él; su ducha
completamente transparente me deja ver como se acerca. No me cansaría de verlo
desnudo ni en un millón de años: su pelo desaliñado, sus grandes y despiertos
ojos azules y ese cuerpo, ese cuerpo fuerte con un trasero que nada tiene que envidiarle
al de Christian Slater en "El nombre de la rosa". Pero sin duda, me
quedo con sus manos, grandes, suaves y cuidadas como jamás las había visto;
tengo una loca fijación con ellas. Para cuando dejo de analizarlo, ya está
dentro y me encanta lo que preveo que va a pasar. No quiero hablar así que le
beso, le beso como si no hubiera un mañana, porque me encanta que nuestras
lenguas se encuentren, y a juzgar por lo que empiezo a notar, a él también.
Ahora quiero jugar yo, así que bajo, bajo hasta esa abultada sorpresa para
seguir sorprendiéndole con mi lengua. Pero alguien parece estar muy impaciente
y me sube hasta su boca de nuevo y agarrándome por la cintura me gira
rápidamente de espaldas a él y me hace apoyar mis manos en la pared, justo
abajo de ese chorro de agua caliente que no deja de correr. Y vuelve a estar
dentro para moverse sin parar ni un solo segundo mientras no deja de pasar su
mano derecha por mis pechos, subiendo a mi pelo para tirarme de él, como si así
me hiciera entrar aún más adentro de él. Jadea, jadea como le he oído las veces
que me lo ha hecho esta noche y siempre, yo le correspondo. Siento que por
momentos me sujeta más y más fuerte. Algo me dice que ya no podemos más y
decido dejarme ir con él.
Salgo antes de la ducha dejándola a ella dentro disfrutando
de mi ducha a solas. Me visto en mi cuarto con unos calzoncillos verdes y la
sudadera de mi universidad, voy descalzo porque es otro de mis placeres
favoritos. En el lavabo del baño le dejo todos los productos de mujer que puede
tener un nombre necesarios tras una ducha y una camisa de lino colgada de la
puerta. Diciéndole – Ahora te veo, me voy a la cocina en búsqueda de algo que
cocinar y alimentarnos. Tener un restaurante hace que la despensa de tu casa
suela ser escasa, pero también la creatividad suele ser superior. Para beber
vino, vino tinto. Me gustan las mujeres que lo beben tinto, son las que mejor
eligen una comida, me resulta más sexy un tinto que un blanco. El tinto es
bebido de morenas. Como ella. Mientras sirvo las copas aparece por el arco de
mi dormitorio, también le gusta andar descalza. Se ha puesto la camisa que le
lleve y su ropa interior, solo la de abajo. Tiene las piernas largas al igual
que el cuello. Es el cuello más hermoso que nunca he visto. Los ojos marrones
al igual que el pelo, labios carnosos, hasta se ha pintado. Anda como si no
pisase el suelo, deslizándose, y trae una sonrisa ingenua que me mata como si
no pensara quedarse, como si no quisiera molestar. Agarra la copa de vino con
sus manos finas, las uñas pintadas de rojo aunque no largas. Ahora que estar
cerca me contento con la elección que he hecho de camisa.
-¿Te gusta la pasta? Hélices. Es que no tengo nada.
-Por supuesto, ¿a quién no le gusta la pasta?
-Te sorprenderías. ¿Pero te gusta la pasta con huevo,
naranja y menta?
-Jajaja... esa mezcla nunca la he probado.
-Me la acabo de inventar. Es lo único que tengo en la
despensa.
-¿En casa del herrero cuchillo de palo?
-Eso dicen. Hago todas las comida en Predicator, aquí solo
tengo yogures.
-¿Y como se llama esa receta?
-Fetuccini Nude. Me lo acabo de inventar.
Emplato la pasta mientras los huevos, que antes había
empanado, se terminan de freír. Una vez todo en el plato espolvoreo la
ralladura de caramelo de menta por encima y Voilà. Bon appetit. En el salón
todo esta tal y como lo dejamos cuando nos fuimos a la piscina, nos sentamos en
el suelo para estar más cerca de la mesa y por sorpresa vemos que comienza a
amanecer al otro lado de la piscina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario