Entré en el mar. Sólo llevaba puesto un jersey. Cuando el agua me llegaba a la cintura, me giré hacia ella que me miraba desde la orilla. Entonces comenzó a avanzar despacio hacia mí. Descalza, iba levantando su falda a medida que el nivel del agua subía por sus tobillos y seguía ascendiendo. Cuando ya estaba muy cerca pudo terminar de sacar la prenda, totalmente seca, por su cabeza y lanzarla hasta la arena. Todo ello sin haberme mostrado ni un sólo centímetro prohibido de piel. Una mancha de ambiguo color pardo se destacaba entre la blancura sumergida de su cuerpo, lo que significaba que ella, como yo, ya sólo vestía el jersey. Nos abrazamos las dos prendas sobre el agua mientras que, bajo la superficie, éramos delfines.
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