Ella era frágil. Era esa
niña que pretendía ser fuerte, esa que detrás de una sonrisa ocultaba cada una
de sus inseguridades pero que al mirar su reflejo no podía evitar derramar lágrimas.
Se tragaba todo el sufrimiento durante el día, y por las noches… se recostaba
en su cama liberándose de la mejor manera que encontrase cada día. Su cruce de piernas
morenas era mejor que un cambio de juego de Xabi Alonso y sus labios comparables
al sabor de una cerveza en una playa del Mediterraneo. Su andar partía baldosas
y resquebrajaba los cristales de las copas, era como el pan nuestro de cada
día. Pero a la vez estar con ella era como dejarse las luces puestas, el gas
abierto y el horno encendido. Y no tener las llaves. Ella era una de esas
chicas que cada día están más guapas. Lo cual es raro. Ella era una de esas
chicas que nunca me hizo caso. Lo cual no es raro. Y nadie guiñaba el ojo como
ella. ¡Que el barco se está hundiendo! Ella me guiñaba un ojo. ¡Que el
cielo se va a caer sobre nuestras cabezas! Ella me guiñaba un ojo. Y
entonces me tranquilizaba. Era muy divertida aunque más complicada que armar un
mueble de Ikea. Y eso hacía que fuera aún más interesante, por supuesto.
Siempre
daba un golpecito al cigarro contra el reloj antes de encenderlo por no sé qué
teoría absurda que nunca logré retener. Tenía una obsesión con el color
amarillo, las alcaparras y el tataki de atún. La primera vez que nos vimos
acabamos tomando unas copas en un tugurio con música espantosa de
chill-out y decoración futurista, lo único que estaba abierto aquel martes
de exámenes. Pero todos parecían poseídos por el espíritu de Carlinhos
Brown en los carnavales de Río. Era cuando nos bebíamos la vida a tragos
largos. Ella aprobó todo. yo, no. No era frágil en el sentido una vara de junco
o una muñeca de porcelana antigua de tu abuela, era frágil como un ciervo
cautivo. Cuando los ciervos quedan atrapados en un jardín, se lanzan contra las
vallas hasta que se matan, porque no se les ocurre darse la vuelta y salir por
la puerta. Puedes intentar dirigirlos hacía la salida, pero no irán, seguirán
en la misma dirección. Ella siempre era un poco así, muchas veces sabía que necesitaba
cambiar pero no sabía realmente como hacerlo. Podía quedarse atascada con
alguna adicción, con algún vicio, o con algún tío de esos destructivos, y con
ello seguía un largo tiempo, no sé si por debilidad, amor, bondad, deseo, o por
no saber rendirse. Era frágil como una bomba, toxica, explosiva y dañina. La última
vez que nos vimos yo llevaba una maleta en la mano izquierda y ella un paraguas
en la derecha. Preferí caminar solo a estar un minuto más bajo aquel paraguas
helado, en este caso sería la lluvia esa verdad que nos deja los pies fríos. Una
persona puede cometer muchos errores pequeños, y supongo que eso no tiene
demasiada importancia. Pero si los errores son de bulto, y pesan sobre su vida,
lo único que puede hacer es no tomarse las cosas tan en serio. Así se evita el
sufrimiento, es una pequeña trampa para subsistir. Pero a ella le funcionaba.
2 comentarios:
Fascinante.
Recordar aquel tiempo, cuando bebíamos la vida a tragos largos... ¿es error menudo o de bulto?
Abrazos, siempre
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