Observarme sentado en el sofá, con una
manta azul sorprendentemente pesada, la lámpara de colores encendida y un
silencio tranquilizador. La televisión apagada, las cortinas corridas y esa
sensación de frío en los pies que nunca me abandona. La noche cae a media tarde
y me doy cuenta que ya hace muchos meses que vivo aquí, aunque realmente han
sido pocos. Tal vez es que han sido los mejores. Una erección imprevista se
forma debajo de mis pantalones y me devuelve a la realidad. Mi cuerpo ha
aprendido a notar tu presencia sin necesidad de verte. La impaciencia me colapsa
hasta que, por fin, abres la puerta. Empiezo a pensar que no es la alegría lo
que me impide respirar…
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